En el último trimestre, el encendido televisivo cayó un 17%, mientras que desde 2004 perdió más de 52% de televidentes. Aunque se trata de un fenómeno global, hay aspectos locales que profundizan la tendencia.
La audiencia de la TV abierta se desploma sin freno en la Argentina. El 2024 no solo no será la excepción sino que será una de las caídas más pronunciadas. Basta un dato para comprender la magnitud del apagón televisivo del medio más popular de todos: en los últimos tres meses, el encendido televisivo de la TV abierta cayó más de un 17 por ciento respecto del mismo trimestre del año pasado. Si se toma la audiencia desde 2004 a hoy, la situación es alarmante: la TV abierta argentina perdió el 52,2 por ciento de los televidentes en los últimos 20 años, pese a sumar dos nuevos canales. Si bien los programadores y productores suelen achacarle casi exclusivamente las causas del apagón a las nuevas tecnologías, la realidad es que esa caída tan pronunciada no se da en todos los países.
Los hábitos audiovisuales hogareños varían aceleradamente y la TV abierta es uno de los medios en el que más negativamente impacta la transformación que trajo la tecnología, que amplió las opciones de entretenimiento e información. Aún cuando el de las plataformas sigue siendo una opción exclusiva para pocos en países con sueldos tan depreciados como los de la Argentina, en la competencia con las otras pantallas que forman parte de la vida diaria la TV tradicional parece perder cada vez más terreno. Y a esa sangría no le pueden poner un torniquete ni los programadores ni los productores.
Los números son elocuentes: el encendido total de la TV abierta (el promedio de audiencia acumulado entre los siete canales de aire) en noviembre fue de 14,6 puntos de rating, según Kantar Ibope Media. Por su parte, en noviembre de 2023, ese mismo encendido había alcanzado los 18 puntos. La caída interanual de audiencia de la TV abierta en el mes que acaba de finalizar fue de 3,4 puntos de rating. Es decir: un 19 por ciento menos de televidentes sintonizaron la TV abierta de una temporada a otra. Si se toma el trimestre septiembre-octubre-noviembre, la TV abierta argentina tuvo este año un encendido de 15,7 puntos de rating, lejos de los 19 puntos alcanzados en 2023 (descenso de televidentes del 17 por ciento).
Esa estampida de televidentes que sufre la TV abierta es un fenómeno global, pero que no se da en todos los países con la misma aceleración. Basta un ejemplo: mientras en la Argentina en el último trimestre se desplomó, la audiencia televisiva en Estados Unidos tuvo un aumento interanual de 3,7 puntos de share en el mismo período, según la información brindada por la consultora Nielsen. El informe señala que buena parte de la recuperación de televidentes se debió a los “programas dramáticos” (las ficciones incrementaron su audiencia en un 29% solo en octubre) y a los deportes televisados (10% de aumento). Es decir: la caída global de la audiencia también tiene que ver con la oferta de los contenidos televisivos que cada industria pone a disposición del público.
En ese sentido, la homogeneización de contenidos más o menos parecidos que emiten los canales de TV abierta argentina atenta -justamente- contra la posibilidad de recuperar algo de la enorme audiencia perdida. Sin ficciones y con un continuado de ciclos periodísticos/magazines en vivo que hablan de los mismos temas y con los mismos recursos durante todo el día, la TV de aire en la Argentina languidece sin rebeldía ni ganas de salir de la inercia. La autoreferencialidad en las programaciones, la búsqueda del impacto y la repetición de formatos en vivo, sin asumir los riesgos de desarrollar nuevos géneros o incorporar figuras menos transitadas, son una demostración de que la TV no está trabajando lo suficiente para modificar la tendencia. La crisis económica, claro, es un atenuante pero no su causa.
Ahora bien, ¿la baja de audiencia de la TV abierta obedece al medio en sí mismo o a los contenidos que brinda? Probablemente, haya razones para sostener ambas hipótesis. Por un lado, las generaciones millennials (nacidos entre 1981 y 1995) y centennials (entre 1995 y 2010) son los principales promotores de fenómenos cada vez más extendidos como el de los “cord cutters” (dan de baja la TV Paga) y el de los “cord nevers” (nunca tuvieron TV Paga), y que no tienen el hábito de encender la TV para ver canales de aire. Muchos, incluso, carecen de aparato de TV en sus hogares, que son sustituidos por computadoras personales u otros dispositivos con acceso a Internet.
Sin embargo, también es cierto que cuando la TV abierta ofrece contenidos atractivos, el público se suma a su visualización sin inconvenientes. Los partidos de fútbol de la Copa Libertadores que transmite Telefe, por ejemplo, acaparan grandes índices de audiencias, sumando espectadores. Algo similar sucede con formatos como Gran Hermano, que engrosan el volumen de televidentes de la TV de aire, al resultar interesantes para púbicos más jóvenes y que puede ser compartido con miembros más longevos de la familia. Los grandes eventos en vivo, así como los formatos del tipo big show, parecen ser un camino posible para que la TV abierta recupere algo del público perdido o, al menos, mantenga al actual en el corto plazo. Para que la TV de aire no sea un recuerdo con olor a naftalina de las generaciones más añosas.
Página12