A Salomé Valenzuela la asesinaron de un tiro en la cabeza el sábado 16 de febrero de 2013. A la semana hallaron su cuerpo quemado a 20 cuadras de su casa, pero le dijeron a su mamá que no era ella porque la víctima “tenía rasgos norteños y piel trigueña”. La mujer la buscó en barrios, en villas y en boliches. En 2019, después de una consulto en la fiscalía, se enteró la verdad. “La Justicia se burló de mí”, dice.
Durante 6 años y 8 meses, Alejandra Valenzuela hizo todo por encontrar a Salomé, su única hija: colgó pasacalles, recorrió boliches y barrios exhibiendo una foto de la adolescente, suplicó en las redes sociales y también a los investigadores del caso. Incluso, hasta depositó su fe en una recompensa de 500 mil pesos que ofreció el Ministerio de Seguridad de la Nación para quien aportara datos de la adolescente desaparecida desde febrero de 2013. El derrotero terminó en octubre de 2019 cuando la citaron en la Fiscalía Descentralizada Malvinas Argentinas para confirmarle que su hija había sido asesinada el mismo día de su desaparición y que la habían enterrado como NN. “La Justicia se burló de mí. Lo único que me mantiene en pie es saber quién la mató”, dice la mujer a Infobae.
La historia se remonta al sábado 16 de febrero de 2013, dos días antes de que “Salo”, como la llamaban cariñosamente, cumpliera 13 años. Aquella tarde, la adolescente pidió permiso para ir a lo de unas amigas y, más tarde, a bailar. Aunque no estaba convencida, su madre le dijo que sí y le pidió que se mantuviera en contacto. “El anteúltimo mensaje que me mandó decía: ‘Ma, te amo’. Después no supe más nada de ella”, recuerda.
A partir de ese momento, la vida de Alejandra quedó reducida a la búsqueda de Salomé, que culminó de una forma inesperada casi siete años más tarde por culpa de la desidia policial y judicial.
El principio
Alejandra Valenzuela tiene 48 años y, actualmente, estudia Psicología Social en la Universidad Nacional de José C. Paz. Madre soltera, cuando desapareció Salomé, se ganaba la vida limpiando casas y trabajando como camarera en eventos. Con lo que ahorró, explica, logró comprarse “una casita” en José C. Paz, en el límite con San Miguel, justo en frente de donde vivía su madre. “Siempre estábamos las tres juntas”, cuenta.
El domingo 17 de febrero de 2013, como su hija no regresó y nadie sabía nada de ella, la mujer se acercó a la Comisaría 3° de San Miguel, donde cometieron el primero de un sinfín de errores: la hicieron esperar 48 horas para tomarle la denuncia, algo que no se ajusta al procedimiento habitual y que se repite en los testimonios de familiares de personas desaparecidas.
Cuando finalmente logró hacer la denuncia, Alejandra salió con un patrullero a recorrer los lugares donde podría haber estado Salomé. “Así empezó la búsqueda”, explica. Unos días después, una compañera de trabajo le comentó que en José C. Paz, enfrente de la base aérea, habían encontrado el cuerpo de una chica y no la habían identificado. “En ese momento me enojé. ‘¿Para qué me cuenta esto?’, pensaba. Porque yo a mi nena la buscaba viva. A pesar de eso me presenté a la Comisaría 3° de José C. Paz y pedí reconocer el cuerpo, pero me dijeron que no hacía falta porque tenía ‘rasgos norteños y piel trigueña’. Me aseguraron que no coincidía con mi hija”, recapitula.
“Después de eso, igualmente fui a la Comisaría 3° de San Miguel, donde estaba radicada la denuncia, y les dije que me había enterado de que en José C. Paz había aparecido el cuerpo de una chica y que había hablado con el subcomisario. Ahí me preguntaron cómo había salido vestida Salomé, me pidieron fotos y hasta su ficha odontológica. Me dijeron que cualquier cosa que hiciera falta iban a llamarme y nunca más me contactaron”, suma.
Mientras la investigación se llevaba adelante, Alejandra no se quedó quieta ni un solo día. “Seguí la búsqueda por todos lados porque se acercaban personas a decir que habían visto a Salomé por San Miguel, por José C. Paz… También me dijeron que trabajaba de ‘trapito’ por Capital Federal y que se hacía llamar Daniela. Cada vez que alguien me decía que la había visto, yo sentía que revivía. Lo mismo cuando salía a buscarla por los boliches de José C. Paz. ‘Hoy la encuentro’, pensaba. A veces me quedaba toda la noche parada en la puerta, mirando una por una a las chicas que entraban; otras, directamente, pasaba y recorría el lugar. Una vez me dijeron que estaba en la 1.11.14 y fui con un patrullero. Comentario que me llegaba, comentario que tomaba”, explica la mujer, que en cada uno de los seis cumpleaños que pasó esperando a su hija, le colgó un pasacalles. “Volvé, te esperamos”, le decía.
Según Alejandra, durante esos seis años y ocho meses, ella creyó que Salomé estaba en pareja con un hombre mayor, con el que tenía un bebé, y que no volvía para no comprometerlo. “Siempre pensé eso. Sobre todo por los comentarios que me hacían. Además, en el último tiempo, ella andaba un poco más rebelde y, a veces, se enojaba porque yo no la dejaba hacer algunas cosas o juntarse con determinadas personas. Por eso no perdía la esperanza de que regresara”, cuenta.
“Mi hija está viva, están equivocados”
Cuando se cumplieron cinco años de la desaparición de Salomé, en 2018, el Ministerio de Seguridad de la Nación ofreció una recompensa de 500 mil pesos para quien aportara datos certeros que ayudaran a encontrarla. Pero ni aun así apareció una pista concreta.
Al año siguiente, en octubre de 2019, Alejandra hizo un pedido a la fiscalía para que armaran una proyección de cómo sería el rostro de su hija en ese momento. “En eso estamos”, le contestaron. Unos días después, precisamente el martes 22 de octubre de 2019, la citaron para que se presentara en la Descentraliza de Malvinas Argentinas. “Mientras esperaba abajo, vi varias chicas y pensé: ‘¿Alguna de ellas será Salo?’. Muchísimas cosas me pasaban por la cabeza”, recuerda.
Sus esperanzas, dice ahora, se esfumaron cuando ingresó a la oficina. “Entré, me senté y un antropólogo forense me dijo: ‘El cuerpo por el que usted estuvo averiguando hace seis años y ocho meses era el de su hija’. ‘No, mi hija está viva’, les contesté. Me acuerdo de que yo usaba una cadenita con un dije de una nena y un varón. Para mí eran mi hija y mi nieto. Y yo me tocaba la cadenita y le decía: ‘No, ella está viva. Están equivocados’. Se me vino el mundo abajo. Yo a Salomé la esperaba viva y esperaba un nieto también”, detalla Alejandra.
La cadena de fallas
La investigación de la Fiscalía Descentralizada de Malvinas Argentinas pasó por dos fiscales. Todas las hipótesis apuntaron a que Salomé Valenzuela estaba viva: no hubo un cotejo empírico ni científico para descartar que el cuerpo hallado con un disparo en la cabeza, días después de la desaparición de la adolescente, a solo 20 cuadras de su casa, fuera el de la chica buscada.
“Tenían todo para trabajar y no hicieron nada. Nunca se les ocurrió cruzar información. Intentaron justificarlo diciendo que antes las fiscalías no unificaban casos, pero yo les dije que la que los unificó fui yo. Fui a las dos comisarías”, subraya Alejandra.
Y suma otro detalle que la enoja aún más: “Nos enteramos de que era Salomé porque los familiares de otra chica desaparecida, Nataly Gonzalo, pidieron la exhumación de ese cuerpo en José C. Paz. Como los cotejos no coincidieron, buscaron entre el resto de las desaparecidas, y se dieron cuenta de que era mi hija”.
El cotejo se realizó a través del Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (Sifebu), que dio intervención al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que investiga casos de personas desaparecidas o muertas como consecuencia de procesos de violencia política o represión estatal.
Y suma otro detalle que la enoja aún más: “Nos enteramos de que era Salomé porque los familiares de otra chica desaparecida, Nataly Gonzalo, pidieron la exhumación de ese cuerpo en José C. Paz. Como los cotejos no coincidieron, buscaron entre el resto de las desaparecidas, y se dieron cuenta de que era mi hija”.
El cotejo se realizó a través del Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (Sifebu), que dio intervención al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que investiga casos de personas desaparecidas o muertas como consecuencia de procesos de violencia política o represión estatal.
Tres semanas después de la peor noticia, el 13 de noviembre de 2019, Alejandra se presentó con sus hermanos a la fiscalía, y reconoció el cuerpo de su hija. Casi un mes más tarde, el 21 de diciembre de ese mismo año, le entregaron los restos de Salomé. Al día siguiente la enterraron por segunda vez.
La causa por la desaparición de Salomé se convirtió en la investigación de un crimen que busca dar, ya no con la víctima, sino con el o los asesinos de la adolescente. El caso, calificado como “homicidio agravado”, lo lleva adelante la fiscal Silvia Bazzani.
Según pudo saber Infobae, de fuentes de la fiscalía general de San Martín, la titular de la Descentralizada Malvinas Argentinas tomó más de 50 testimoniales y todavía continúa recibiendo varios testimonios por semana. “Por el momento no hay ningún detenido”, sostuvieron. También indicaron que la fiscal está en permanente contacto con la mamá de la víctima, quien por lo general asiste a todas las testimoniales.
Para fines de este 2024, Alejandra Valenzuela culminará sus estudios en Psicología Social en Universidad Nacional de José C. Paz. Más adelante, dice, tiene pensado armar un proyecto para trabajar con familiares de personas que, como ella, perdieron a sus hijos. “Me voy poniendo metas para ocupar un poco la cabeza. Pero lo único que me importa es que encuentren al o los responsables del crimen de Salomé. Eso es lo que me mantiene en pie: saber quién mató a mi hija”, se despide.